En 1926, Angélica Palma, la hija de don Ricardo, publica en Buenos Aires Tiempos de la patria Vieja. El argumento de la novela narra la historia de la familia limeña de los Hinestrosa en los años de la guerra por la independencia del Perú. Los sucesos hacen que el hijo se enrole en el ejército patriota de Bolívar, la hija se enamore de un compañero de armas del hermano y que el padre, luego de desheredar al hijo y prohibir la relación de la hija, lo haga en las filas realistas. La novela termina con la victoria de Ayacucho y la muerte del padre al no poder soportar que la nueva situación sea: "... lo de arriba abajo, el mundo al revés".
Cito este texto a propósito de los planteamientos expuestos en la introducción a Toda la Sangre, antología de cuentos peruanos sobre la violencia política de Gustavo Faverón Patriau (Grupo editorial Matalamanga, Lima, 2006). Los argumentos sostenidos en "El precipicio de la afiliación" aunque válidos, son también extrapolables de manera general -con los necesarios matices histórico-sociales- a cualquier proceso revolucionario, pero no exclusivos a la denominada narrativa de la "violencia política" iniciada en los años 80. Explican sí la lógica descomposición, en esas circunstancias, de la familia como elemento básico de cualquier sociedad, pero no las causas que originan el surgimiento de la violencia misma ni la ficción que se hace sobre ella.
Desde el principio mismo de la guerra, la explicación que dieron muchos intelectuales peruanos al fenómeno de la violencia fue parecido al esgrimido por Félix Reátegui Castillo en el colofón del libro: "... la confluencia de dos voluntades; una, decidida a derribar todo lo existente para construir un nuevo poder; otra, determinada a impedírselo". La reflexión que no se ha hecho en el seno de la sociedad peruana es determinar cuáles fueron (o son) las razones (sociales, políticas, históricas y/o económicas) que llevaron a una parte de la sociedad a intentar "derribar todo lo existente" y las razones que llevaron a los otros "a impedírselo". Sólo de la confrontación y el debate entre ambas razones será posible comprender lo sucedido desde otra óptica y encontrar las soluciones para que no se repita lo sucedido.
Síntomas y secuelas
Hasta ahora de la violencia padecida sólo se ha hablado de los síntomas y de sus secuelas, pero no de la enfermedad, por lo que corremos el riesgo de no saber si la seguimos padeciendo de manera latente. Tenemos miedo de pensar, aceptar y verbalizar que detrás de eufemismos como "violencia política", "guerra interna", "época de subversión" o de "guerra" a secas surja el término "guerra civil" que implicaría otorgar a "los otros" la condición de iguales que ahora se les niega. En el cuento "Abel" de La soledad de los aviones de Sergio Galarza donde los personajes son de clase media acomodada, el narrador-personaje opina: "Claro que, para Abel y para mí, esa guerra era tan lejana como la china. Que unos cholos, serranos, lo que fueran, se mataran unos a otros en Ayacucho o en la selva nos era indiferente."
"El mundo al revés" de Hinestrosa padre en el texto de Angélica Palma es de alguna manera el pachacuti andino como cataclismo del que habla Faverón; la descomposición de la familia en dos bandos o el acto de desheredar al hijo, de desafiliarlo, marcan del mismo modo una crisis en la familia como institución y es consecuencia del proceso revolucionario del siglo XIX peruano. Encontrar un fenómeno parecido en la abundante narrativa de los 80 no es equivocado, pero no constituye por sí mismo una razón suficiente que justifique un criterio antologador o a lo sumo es una característica entre otras. La producción narrativa iniciada en esos años es abundante y mucho más compleja, lo que obliga a definir de manera clara criterios que puedan ser válidos para comprender al menos la mayoría de esos textos. Toda la sangre carece de esos criterios.
Al parecer, la narrativa peruana sobre "la violencia política" está restringida a una ficcionalización realista, inmediata o ligeramente posterior a los sucesos históricos. Sus personajes son sólo quienes participan de manera directa en los hechos o quienes sufren, también de manera directa, sus consecuencias. A un deslinde o no entre la posición de los narradores y la de Sendero Luminoso. Todo ellos sin diferencias ni matices en los textos seleccionados como conjunto.
Ya en el congreso de Madrid se hicieron algunas diferencias (diferencias que los autores aceptaron) entre narrativa "política" y la de "la violencia" a las que se consideraban tendencias distintas, pero no exclusivas del tema "Violencia" que era el gran tema de la narrativa peruana y en especial de la producida a partir los 80.
La crónica de la "Violencia"
¿Qué es la narrativa peruana sino una crónica de la violencia? Un repaso a nuestra tradición narrativa desde las crónicas hasta la fecha hace evidente que en última instancia la violencia es el tema constante en sus textos. La venganza del Cóndor de Ventura García Calderón, los Cuentos andinos de L. Albújar, Yawuar fiesta de J. M. Arguedas, Los ermitaños de Antonio Gálvez Ronceros, Los gallinazos sin plumas de Ribeyro o La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa, sólo por citar algunos ejemplos demuestran esta constante. Si es así, ¿qué diferencia la narrativa producida a partir de los 80 de la anterior?
La respuesta está en la organicidad. La producción anterior a esos años es el resultado de la incorporación de universos "parciales", de "realidades" desconocidas para una inmensa mayoría de la sociedad peruana que de manera individual cada narrador experimenta y descubre para ellos, y que son de carácter fragmentario e inconexos entre sí respecto a la totalidad de la realidad que representan y que van que aglutinándose en la tradición. La violencia generada en los años 80 se convierte en una conmoción que va afectar en un relativo corto espacio de tiempo a la totalidad de la sociedad peruana. Desde la quema del material electoral en 1980 hasta "los últimos de Tarata" en 1992. La toma de conciencia de lo que sucede va a convertir a la violencia en una experiencia común para la totalidad de la sociedad peruana, algo que no pasaba en el país desde la guerra con Chile. Esa experiencia va a ser ficcionalizada por los narradores y va a hacer converger a varias generaciones de escritores teniendo la violencia como tema principal expresado en diversas tendencias y por medio de diferentes géneros. Las denominadas "política" y la "de la violencia", las escogidas por Faverón en su antología, son sólo dos, pero no las únicas.
La historia como recurso
Desde Marco Yauri Montero (1930) a Sandro Bossio Suárez (1970), cinco generaciones de narradores peruanos, procedentes en su mayoría de diferentes tendencias, inician, a mediados de los 80, la producción de un tipo de narrativa histórica que va a estar condicionada también por el fenómeno de violencia. La coincidencia generacional en el género es ya única en nuestra tradición narrativa. Las nouvelles y novelas tienen muchos puntos en común. En primer lugar, todas ellas están ambientadas en momentos históricos de nuestro pasado señalado por un grave conflicto social y marcado por la violencia. El cerco del Cusco por Manco Inca, la rebelión del taqy onqoy, las persecuciones de la Inquisición, la rebelión de Atusparia o la insurgencia del bandolerismo. En segundo lugar, un número significativo de ellas coinciden en diseñar al personaje principal asignándole dos características básicas: la de ser un artista o intelectual y la de ser sujeto evidente de discriminación social a causa de su raza, religión o aspecto físico. El desarrollo argumental va a llevar a estos personajes, en el respectivo contexto del conflicto historiado, a una situación en la cual van ser segregados por esta doble condición: lo que son y lo que saben. Lo que denominé en un artículo "doble marginalidad" (Identidades, Nro. 88. 4 julio, 2005). En estos textos, el discurso narrativo apunta a contextualizar en el "pasado" la situación "presente" de muchos artistas e intelectuales peruanos de esos años. Estos, al igual que sus personajes de ficción, acabarán por ser considerados "peligrosos" por los "bandos en conflicto" debido a que por su perspectiva del problema se encuentran distante de ambas posiciones y porque la opinión que tienen del conflicto perjudicaría también por igual a ambos. Es la visión de los atrapados "entre dos fuegos"
El dinosaurio sigue aquí
La violencia marca también la narrativa de las recientes generaciones de escritores. Nacidos a mediados de los 70, viven el enfrentamiento desde una perspectiva diferente, son casi niños o apenas adolescentes en los años álgidos del conflicto. Un número significativo de ellos rompe con la tendencia realista de nuestra narrativa y aborda la ficción desde el género fantástico. Otro caso único en nuestra tradición. Desde los textos del iniciador de la tendencia, aunque nacido en 1960, Enrique Prochazka a los publicados por la editorial Estruendo Mudo de Luis Hernán Castañeda, Carlos Gallardo o Johann Page, a través de lo fantástico aflora casi siempre el tema de la violencia, no importa lo kafkiano o borgiano en la forma del discurso.
El cuento "El dinosaurio" del libro Parque de las Leyendas de Carlos Gallardo es un buen ejemplo para ver el mecanismo que relaciona lo "fantástico" con lo "real". De manera paralela a la historia más evidente sobre un dinosaurio que aparece sin mayor explicación en la "realidad" de la pareja de hermanos protagonista, se maneja una segunda, más sesgada, sobre el sangriento asesinato de los padres cometido por ambos. Por ella nos enteramos que el padre, militar o policía, cometió crímenes durante la guerra. "...Todos sabemos muy bien que tu viejo cometió muchos errores cuando lo mandaron para allá. Cumplía con su deber". Descubiertos y arrestados por la policía, el diálogo final entre los hermanos con el que termina el cuento es también significativo. "No nos equivocamos, hermana: nosotros siempre tendremos la razón y nadie nos convencerá de lo contrario, porque lo contrario no existe."
Los otros realistas
Existe también otro tipo de narrativa realista ligado al proceso de la violencia que refleja las consecuencias de la descomposición social y cómo ésta afecta a los jóvenes pertenecientes a los sectores medios-acomodados de las zonas urbanas y en especial Lima. Aquellos que sienten que les han robado el "futuro" y que están en contra y desconfían tanto de la violencia senderista como del Estado y sus instituciones. Los personajes de esta narrativa recurren a la droga, a la música o al sexo como forma de evasión de una realidad que les es adversa. El resultado es una narrativa de lo cotidiano que va revelando su visión del mundo con un discurso no explícito. Llegó hablarse incluso de una novela de "la cocaína". Al final de la calle (1993) de Óscar Malca constituye un buen ejemplo de esta tendencia. Su estructura, en base a breves capítulos independientes, facilita la selección de alguno de ellos en una antología.
Otro interesante fenómeno a considerar y explicar en relación con la violencia es la también significativa producción narrativa realizada por poetas como Marco Martos, Carmen Ollé, Sylvia Miranda, Mario Wong, Róger Santiváñez, Rodolfo Hinostroza o Pedro Granados entre otros.
La violencia está de moda
Como se ve, la abundante producción narrativa vuelve complejo un estudio serio y riguroso; hace necesario también criterios válidos que vayan más allá de lo "figurativo" e inmediato. Señalar las diferencias y matices existentes entre las diferentes tendencias, así como codificar el diálogo intertextual entre las diferentes visiones sobre la violencia, lo que nos permitirá obtener una "Visión de conjunto" de lo producido.
Determinadas circunstancias han hecho que la marginal y vilipendiada tendencia aparecida a mediados de los 80 y a la que algunos llegaron a calificar como "apología del terrorismo", se encuentre de hoy de moda. Esto ha generado en esos mismos la urgente necesidad de "subirse al carro" de la modernidad. Una comparación entre la primera antología sobre esta temática, El cuento peruano en los años de la violencia de Mark R. Cox con Toda la sangre realizada por Gustavo Faverón puede servir de punto de partida para saber si este autor ha acertado con las nuevas incorporaciones ya que en su prólogo no las justifica.
De Toda la sangre puede decirse que ni están todos los que son, ni son todos los que están.
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